lunes, 11 de febrero de 2008

Eran las seis de la mañana cuando la señora Rosado dejó el barrio. Tomó un taxi con sus hijos y no volvió nunca más. La señora Rosado ganó ocho millones trescientos veinte mil euros a la lotería y abandonó el barrio donde había vivido veinticinco años.
Ella limpiaba casas. Tenía unos hermosos hijos, todos morenos, sanos. Era la mujer más baja de su barrio y lo dejó estando a oscuras, no tuvo que ver la terrible luminosidad de tanto ladrillo ni el inquietante gris del cemento.
No volvió jamás, pero invitó a sus más cercanos a ir a verla.
Lo primero que hizo fue ir a un centro de belleza. Le asearon, peinaron, hidrataron, le hicieron la manicura. El centro tenía grandes cristaleras, las paredes eran rosas y parte del mobiliario amarillo combinado con negro. Tuvo a cinco mujeres trabajando al mismo tiempo para ella, pero no consiguieron quitarle los callos más duros de las manos.
Pero no importaba, le quedaba mucho dinero para volver.
Al poco, una vez instalados en su nueva casa, fueron a cenar al restaurante más caro de la ciudad, lo buscaron en una guía. Ocuparon la mesa mas centrada del salón. Un salón de cálidos tonos pasteles. Allí estaba ella, con sus tres hijos, cuando le pusieron el bogavante a cada uno. Se quedaron todos mirándolo, y después se miraron unos a otros. El menor de todos vio su pequeño cuenco con agua y un poco de limón y metió la mano. La madre le regañó.
Pero no importaba, aún tenían mucho dinero para aprender.
Se les encaprichó un barco. El día que el ingeniero se lo entregó ellos fueron al puerto con todo preparado, ropa, equipamiento, chalecos. Iban tan guapos. Ropa azul y blanca. Pero tras entregárselo el ingeniero se marchó, y les dejó allí, de pie. No sabían que hacer, pero el niño pequeño toco una cuerda y cayó la vela mayor. Un trozo de la vela golpeó al mediano y le hizo un chichón. La madre le regañó.
Pero no importaba, aún les quedaba mucho dinero para aprender.
Fueron admitidos en un selecto club. La recepción ya estaba preparada. Todos esperaban de pie a los Rosado. El club estaba decorado con suaves colores champagne. Pero la señora Rosado se pasó toda la noche echada en la cama, llorando. Los niños cenaron en la cocina como si nada. Se portaron muy bien, se pasaron la comida unos a otros con mucha educación.
Pero no les importó, tenían aún mucho dinero para otra invitación.